Jaque al caballito de mar
Jacinto Antón
Publicado en El País el 18 de
Noviembre de 1998

El hipocampo corre el riego de
desaparecer antes de haber revelado sus misterios
l caballito de mar está en peligro: la pesca incontrolada amenaza el
futuro de esta misteriosa y bella criatura que parece salida del lápiz del dibujante de
cuentos Arthur Rackman y destinada a poblar nuestros sueños como acompañante de sirenas,
ondinas y nereidas.
Más de 20 millones de caballitos de mar son
capturados cada año para su uso en la medicina tradicional asiática, como comida,
souvenirs o para aprovisionar acuarios de todo el mundo. Los biólogos, que pugnan aún
por descubrir los secretos de este fascinante pez -escoge pareja para toda la vida, el
macho es el que queda preñado, su capacidad de cambiar de color es superior a la del
camaleón-, estiman que en algunas zonas puede haber disminuido ya en un 50% e instan a
controlar su pesca y a crear santuarios para los caballitos.
¿Quién
no se ha extasiado observando un caballito de mar?: agita su cuerpo vertical en heráldica
danza y parece vérsele piafar mientras atraviesa al paso los cristalinos senderos del
agua. Se aferra con la cola prensil a una brizna de posidonia y agita su aleta caudal como
un pequeño abanico.
Su aspecto de pieza de ajedrez tallada por un
orfebre exquisito lo ha aproximado al mundo de lo imaginario colocándolo en un limbo
neblinoso de fantasía que lo aleja de los seres vivos.
Y, paradójicamente, el caballito, se enfrenta a
una amenaza muy real: en Asia se los comen fritos y los usan masivamente para hacer
ungüentos y píldoras de la medicina tradicional.
Sacrificados 20 millones
"No hay datos sobre la población mundial de
caballitos de mar, pero calculamos que unos 20 millones de individuos son sacrificados
cada año y otros cientos de miles capturados; hemos comprobado que en los últimos cinco
años ha descendido el número de los que se pescan en algunas zonas en un 50% y en
general los caballitos son más pequeños", señala a EL PAÍS la doctora británica
Heather Hall, especialista en estos animales y una de las responsables del Project Seahorse, destinado a su
preservación.
Hall,
estrecha colaboradora de la popular Amanda Vincent, la bióloga canadiense que ha lanzado
la voz de alarma mundial por la situación del hipocampo, ha presentado el proyecto en
Barcelona en el marco del congreso internacional de la asociación europea de
conservadores de acuarios. "Uno de los principales problemas para tratar de salvar el
caballito es que las especies son muy difíciles de clasificar y no sabemos cuáles son
las que están más en peligro. Puedes llegar a un mercado de Hong Kong y encontrar 10.000
caballitos de mar secos a la venta: identificarlos es una tarea muy complicada".
Se cree que existen 35 especies de caballitos
-desde el Hippocampus ingens, de un palmo de largo, hasta el minúsculo H. bargibanti de
Nueva Caledonia, más pequeño que la uña del dedo meñique-, para las que se usan 120
nombres distintos y que viven en hábitats diferentes de las costas de todo el planeta.
"Sólo unas pocas especies han sido
estudiadas con detalle. Algunos comportamientos que generalmente se atribuyen a todos los
caballitos, como la monogamia, de hecho sólo se han comprobado en unos pocos -la
fidelidad a la pareja, concretamente, sólo en dos especies-". Del caballito se
desconocen cosas tan básicas como cuánto puede vivir o por qué los machos y las hembras
comen diferente.
Seguramente lo que más sorprende del caballito es
que sea el macho el que queda embarazado. De hecho, el macho produce esperma y la hembra
huevos. Pero, al copular, la hembra deposita los huevos -a veces hasta 200- en una cavidad
ventral del macho, donde se fertilizan y donde, al cabo de entre dos y seis semanas,
eclosionan. Entonces, el caballito padre realiza lo que parece un verdadero parto: se
contorsiona como si tuviera convulsiones y arroja a las minúsculas crías a través de la
abertura de la bolsa.
Durante el embarazo, el caballito macho suministra
oxígeno y nutrientes a su prole a través de una red capilar de la bolsa. Los caballitos
cambian de color, adoptando a veces sensacionales tonos fosforescentes, por camuflaje y
también como respuesta a la presencia de otros caballitos, para expresar emociones.
Extravagancia
Pese a su extravagancia, el caballito es
claramente un pez, con aletas, branquias y escamas. Ya Plinio lo describió en el siglo I
de nuestra era como "piscis marinus, capite et juba instar equi, cauda vero
erucae" (pez marino, con cabeza y crines como el caballo y cola que parece una
oruga).
Cómo compaginar la salvaguarda de los caballitos con los
intereses de la gente que los pesca es quizá el asunto más espinoso. "Millares de
familias humildes de Asia viven de su pesca y su prohibición las condenaría a la
miseria, por lo que esa medida está descartada. Tratamos de concienciar a la gente,
hacerles ver que si los caballitos de mar desaparecen ellos, perderán su forma de
sustento. Se trata de reducir el impacto de la pesca -enseñando a los pescadores, por
ejemplo, a criar caballitos en cautividad, para preservar los salvajes- y de crear algunas
zonas santuario".
El caballito se pesca en Asia (especialmente en
Filipinas, Tailandia, India y Vietnam) como comida, pero sobre todo para surtir las
boticas de la medicina tradicional china, donde, secado, el hipocampo es un producto
básico para la elaboración de remedios de todo tipo: se emplea para curar el asma y la
impotencia, pasando por la arteriosclerosis, los desórdenes de tiroides y los problemas
cardiacos.
La ciencia no ha probado la eficacia de ningún
uso medicinal del hipocampo. Por los más apreciados caballitos, los más grandes, se
llegan a pagar en Hong Kong 550 dólares (unas 77.000 pesetas) el medio kilo.
¿Por qué se especializa uno en caballitos de
mar? "Bueno", sonríe Hall, una joven atractiva de ojos algo miopes y azules
como el mar profundo, "son muy interesantes: la reproducción, ¿sabe?, es como la de
la gente, el macho y la hembra están preparados al mismo tiempo. Y sus danzas nupciales
son muy hermosas", añade imitando con los dedos el erótico entrelazar de las colas
de los caballitos.

© Jacinto Antón
1998
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