LA FOCA MONJE
DEL MEDITERRÁNEO
(Monachus monachus)
PROYECTO LIFE
Por
Manel Gazo
Director de la Fundació per a la Conservació i
Recuperació d'Animals Marins
Diferentes pelajes de la foca monje según la edad y el sexo.
Dibujo por Eduardo Sáiz |
l género Monachus
(Fleming, 1822) lo forman tres especies geográficamente muy separadas entre ellas: la
foca monje del Mediterráneo (Monachus monachus, Hermann, 1779), la foca monje
del Caribe (Monachus tropicalis, Gray, 1850) y la foca monje de Hawaii (Monachus
schauinslandi, Matchise, 1905).
El término Monachus proviene del griego
y significa monje; dos orígenes distintos nos explican la razón de este nombre
genérico, por un lado el hecho de que las focas del mediterráneo vivieran aisladas en
pequeñas islas o cuevas de la costa, las dio el aire misterioso de los monjes ermitaños,
quienes se recluían en sitios solitarios y de difícil acceso.
Por otro lado, el hecho de que los machos adultos
presenten gran cantidad de grasa en la región yugular (una notable papada), hace que
cuando adoptan la postura vertical en el agua, o se repliegan en tierra, se formen unos
pliegues característicos alrededor del cuello que recuerdan el hábito de los monjes
franciscanos.
Las focas monje son pinnípedos de tamaño
moderado, al nacer pueden llegar a un metro de longitud y pesan unos 20 kg., los adultos
se aproximan a los 3 metros y pueden pesar cerca de 300 kg.
Cuando miramos el registro fósil, encontramos
suficiente información como para catalogar al género Monachus como el de las
especies más primitivas, el núcleo de las cuales habría sido el Atlántico Norte desde
donde hace unos 15 millones de años se habría dado la separación entre las focas monje
atlántico-caribeñas y sus homólogas hawaianas.
Quizá a causa de su primitivismo, las focas monje
parecen ser mucho más sensibles a la intrusión humana que otras especies de fócidos. En
las últimas décadas y junto a la rápida extensión de las actividades humanas (incluso
en las más remotas y aisladas zonas) todas las especies de foca monje han mostrado un
alarmante descenso en el número de ejemplares de sus poblaciones.
El hecho de que estas focas vivieran en remotas
islas oceánicas(Hawai y Caribe) o en islas no habitadas por el hombre debido a la falta
de agua dulce y en zonas de playas detrás de las cuales sólo se extendían grandes y
áridos desiertos (Atlántico y Mediterráneo); fue la causa de que nunca fueran expuestas
a depredadores terrestres, y por tanto nunca desarrollaron la habilidad de huir, son focas
genéticamente confiadas, mansas y dóciles.
Esto,
como cabe suponer, hizo que cayeran fácilmente presas de los hombres, quienes
tranquilamente podían acercarse caminando a las playas donde éstas descansaban y sin
ningún tipo de temor podían golpearlas hasta matarlas.
La interacción con la especie humana se ha visto
acentuada ya que, y a diferencia de otras especies como las focas árticas o de la
Antártida, las focas monje han vivido siempre en latitudes tropicales y peritropicales,
ocupadas ya desde la antigüedad por el hombre.
La urbanización del litoral, los vertidos, el
tráfico marino, las agresiones directas y las actividades pesqueras desde dos sentidos
(competencia por los mismos recursos o capturas accidentales en artes de pesca) han hecho
que las poblaciones de estas ancestrales focas disminuyeran en todos los parajes donde
antaño eran abundantes.
El ejemplo más extremo podemos encontrarlo
examinando el caso de la foca monje del Caribe (Monachus tropicalis), que se
distribuía por todo el Caribe tropical (México, Honduras, Nicaragua, Costa Rica,
Panamá, Colombia, Venezuela, Jamaica y Cuba). La M.tropicalis no soportó la
presión humana y fue declarada extinguida hace sólo 20 años, cuando en el año 1977 se
publicó el resultado de una expedición científica de 1973 que no consiguió detectar a
ningún ejemplar después de meses de campaña por la zona utilizando barcos, avionetas y
helicópteros.
El resultado de esta expedición concluyó que la
especie hubiera podido desaparecer a mediados de este siglo, en el año 1952, fecha de el
último avistamiento confirmado de un ejemplar de M.tropicalis.
La
M.schauinslandi, la foca monje de Hawai fue más afortunada pues su distribución
comprendía una serie de pequeñas islas situadas al noroeste del archipiélago hawaiano
(Midway, Kure y Lisiansky), que tuvieron gran importancia estratégica durante la segunda
guerra mundial, siendo fuertemente protegidas por los militares quienes impidieron, el
desarrollo de cualquier actividad, pesca, turismo, urbanización....
La población de M.schauinslandi se
mantiene estable con un número aproximado 1000-1500 individuos, después del esfuerzo que
durante muchos años, los científicos y las autoridades llevan a cabo en un ambicioso
programa de seguimiento y traslocación de ejemplares a distintas islas del archipiélago.
La foca monje del Mediterráneo (M. monachus),
que debe su nombre a la histórica distribución por el Mare Nostrum, liga su existencia a
la de los hombres que vivían y comerciaban por las costas del Mediterráneo.
Citada
por primera vez en la Odisea de Homero, se han encontrado restos óseos de estas focas en
cuevas de Málaga pertenecientes a los periodos magdaleniano y epipaleolitico hace entre
14000 y 12000 años. Las marcas, fracturas y quemaduras detectadas en estos huesos indican
que esa gente utilizaba a las focas no solo por la carne sino también por la piel y la
grasa.
Una foca monje en estado salvaje
Foto: Antoni Font |
La población originaria de M.monachus,
se extendía por todo el Mediterráneo, el Mar Negro, y por el Atlántico: Marruecos,
Sahara occidental, Mauritania, Senegal y las islas de Madeira, Canarias y Cabo Verde. En
todos estos sitios eran muy abundantes y formaban grandes colonias en las playas de las
islas próximas a la costa.
Existen aún por todo el litoral muchos topónimos
que hacen referencia a la especie, Cueva de la Vaca, Punta del Lobo, Isla de Lobos...
sitios donde las focas monje (también conocidas como lobos o vaca marinas) comían o
salían a descansar.
Todos los núcleos poblacionales fueron duramente
explotados; ya desde el tiempo de la colonización de América, los buques paraban en las
islas donde las focas criaban, con el fin de llenar sus bodegas antes de los largos viajes
transatlántico; la carne servia de alimento y la grasa pare hacer aceite.
Estas grandes matanzas junto al hecho de que el
hombre empezara a degradar el litoral, hábitat de cría originario de la especie, hizo
que las focas empezaran a usar las cuevas y pequeños islotes más batidos por el mar como
lugar de descanso y reproducción.
En
la actualidad, en aguas mediterráneas, sólo queda un pequeño remanente de focas muy
dispersas entre las islas de Grecia y Turquía, los animales no forman colonias estables y
la investigación que se lleva a cabo, se basa sólo en los esporádicos avistamientos de
algún ejemplar.
En nuestro litoral era, hasta comienzos de este
siglo, un animal frecuente en determinadas costas, como las Baleares, Cataluña, Alicante,
Murcia y Almería. Sin embargo, fue perseguida hasta su extinción, datada aproximadamente
a finales de los cincuenta.
Las razones de esta persecución fueron diversas.
Por una parte, fue acosada con todo tipo de armas y trampas por los pescadores, que
consideraban que las focas eran las culpables de la reducción de la pesca (reducción que
ellos mismos habían provocado como consecuencia de la sobre-explotación de recursos
producida tras el perfeccionamiento y motorización de la pesca costera).
Las
últimas citas en aguas peninsulares y baleares son de mediados de siglo, y la última
cría conocida murió víctima de un hachazo en la costa de Alicante en 1951. Además de
la persecución directa y la proliferación de la flota pesquera hay que destacar la
degradación y ocupación por intereses tanto industriales como turísticos del hábitat
de reproducción de la especie, el litoral.
En las islas Canarias, la extinción fue anterior
y por otros motivos. Aquí las colonias de focas eran muy numerosas -con varios millares
de ejemplares-, pero durante la Edad Media fueron cazadas por los marineros para la
obtención de cuero, grasa y carne, provocando su desaparición.
Actualmente, las islas Chafarinas, al este de
Melilla, son el único lugar de la costa española donde existe la especie, representada
por uno o dos ejemplares. Hasta trace tres años vivía en estas islas el célebre Peluso,
un macho de avanzada edad que se haría popular tras una aparatosa operación de captura
para liberarle de un aro de una red de pesca que le aprisionaba el cuerpo, al parecer ha
debido de morir posteriormente en un arte de pesca.
Los ejemplares se avistan esporádicamente en la
actualidad en las Chafarinas pertenecen a la exigua población argelino-marroqui que vive
desde Orán hasta Alhucemas.
El proyecto LIFE
Considerando
que en la antigua área de distribución de la foca monje existen numerosas zonas
protegidas en buen estado de conservación, la Dirección General de Conservación de la
Naturaleza del Ministerio de Medio Ambiente y la Viceconsejería de Medio Ambiente de
Canarias han puesto en marcha, con fondos comunitarios LIFE, el "Proyecto para la
Recuperación de la Foca Monje en España", que todavía se encuentra en la fase
de estudios de viabilidad y que recientemente ha recibido el visto bueno de la Unión
Mundial pare la Naturaleza (UICN). La Universitat de Barcelona y la Universidad de las
Palmas de Gran Canaria son las instituciones científicas que llevan a cabo este estudio.
El objetivo final de este proyecto es recuperar la
especie para la fauna española mediante su reintroducción en las islas Canarias
orientales. Estas islas han sido elegidas por hallarse situadas a medio camino
geográficamente entre la colonia de Madeira y la de Cabo Blanco, con lo que se
restablecería el corredor natural genético entre ambos núcleos, que ahora están
aislados; de hecho, de año en año aparece algún joven en dispersión.
Además, estas islas poseen un adecuado número de
espacios naturales protegidos y con un buen nivel de conservación, y reúnen suficiente
capacidad biológica pare albergar una población de focas, dada su riqueza en especies -
presa potenciales y su baja contaminación marina.
La
colonia de foca monje de la península de Cabo Blanco (Sahara Occidental - Mauritania),
fue descubierta por el naturalista español D. Eugenio Morales-Agacino en el año 1945.
Esta colonia, formada por unos 300 individuos, es la única que queda de la especie, ya
que en las zonas donde aún permanece la especie (Mediterráneo Oriental y Madeira
principalmente), los individuos no forman núcleos poblacionales, sino que estos, debido a
la baja densidad de población se hallan muy dispersos.
El estudio que se está llevando a cabo es estimar
la viabilidad de una posible traslocación de ejemplares de la colonia de Cabo Blanco
(donde residen unos 300 individuos de los 500 que quedan en todo el mundo) a las islas
Canarias Orientales o en algún otro punto situado en la costa de Marruecos, con el fin de
ampliar el hábitat de distribución de la especie y posibilitar la formación de nuevas
colonias a la vez que crear un corredor genético entre la diezmada población de Madeira
y la de Cabo Blanco.
El
proyecto argumenta que uno de los problemas más graves de tener a la mayoría de la
población mundial en tan solo dos cuevas de reproducción (y además muy cercanas entre
ellas) es que cualquier evento como una marea negra, una infección vírica o hasta un
derrumbe de la misma cueva puede ser nefasto pare el futuro de la especie, y por ello es
necesario empezar a dispersar el riesgo, esto es, expandir la distribución de la especie.
El equipo de investigación sigue periódicamente
a la colonia desde un campamento base instalado cerca de las cuevas de reproducción. Los
principales estudios que se llevan a cabo, son la distribución, dinámica y composición
de las agregaciones de focas, las estimas de abundancia, aspectos relacionados con la
biología reproductiva, temporada de cría y mortalidad juvenil, comportamiento de las
parejas madre-cria, cronología y duración de la lactancia, comportamiento de buceo y
estrategias de alimentación, uso del hábitat, posible impacto de los investigadores en
la población, y estudios de genética y contaminación.
Desgraciadamente,
en Mayo de 1997, se dio una mortandad masiva de focas en la colonia de Cabo Blanco, debida
seguramente a una toxina paralizante segregada por una alga dinoflagelada.
Esta epizootia acabó con dos tercios de la
población existente, y además el 95% de los individuos muertos pertenecían al segmento
adulto de la población.
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