Orcas en Punta
Norte,
Península de Valdés
por Alfredo Martínez
WildPhoto


a lluvia golpeaba con furia los cristales
del auto y al pasar por sobre los charcos de agua de la ruta de ripio un
leve cabeceo reducía la velocidad. Desde Puerto Pirámide hasta mi destino
debía recorrer 78 Km por un camino muy inestable luego de los dos últimos
días de lluvia. Mi objetivo, Punta Norte, estaba cada vez más cerca. Sólo
faltaban unos pocos kilómetros.
Durante meses planeé este viaje, tramité mi permiso para fotografiar y
pregunté a quienes hicieron esta experiencia. Inocentemente trataba de
conseguir información, como si saber más del tema me asegurase el éxito
del viaje. Los días previos imaginaba a la noche los soplidos de las orcas
en la superficie y el brillo de su piel negra resaltando entre el verde
del mar y la espuma.
Punta Norte es en los meses de Febrero,
Marzo y Abril un punto de reunión para fotógrafos y camarógrafos de las más
importantes cadenas del mundo que esperan pacientemente los varamientos de
las orcas durante semanas, a veces infructuosamente, y otras veces con poca
suerte.
Cuando decidí viajar una semana a ese lugar
sabía perfectamente que podía llegar a sentir una gran decepción si fallaba
y volvía con las manos vacías, pero nunca me iba a perdonar al menos no
haberlo intentado "Ellas son impredecibles. A veces las condiciones del
tiempo son óptimas, el viento es el ideal... pero no nos visitan". Roberto
Bubas es el Guardafauna en Punta Norte desde hace muchos años y quizás una
de las personas que más conocen de orcas en la Argentina.
"Llevamos identificadas 25 orcas desde la
década del 70, algunas son habituales y son regularmente observadas. Otras,
en cambio, nos visitan más espaciadamente. De todos modos la población
continental es relativamente acotada y las conocemos a casi todas".
Más tarde me contó que existe una población
de orcas de mar adentro, que no se acercan a la costa, no socializan con las
continentales y de las que se desconoce el número total.
Las
primeras orcas identificadas fueron Mel y Bernardo. Formaron una pareja casi
épica de cazadores y en todos los documentales y fotografías del pasado,
fueron los protagonistas casi exclusivos.
Bernardo, el hermano mayor, fue declarado
desaparecido en el año 1993 y de Mel no se tienen noticias desde hace tres
meses, y sumado a que el año pasado se le observó un tumor en su maxilar,
los pronósticos son pesimistas. Quizás su aleta torcida por un disparo de
FAL en las loberías de Río Negro no corte más la superficie del mar en Punta
Norte.
"Durante enero, febrero y marzo hubo muy
pocos avistamientos en Punta Norte y quizás la ausencia de Mel haya influido
en este comportamiento errático del grupo, que él siempre encabezaba. En
marzo estuvo con nosotros un equipo de la BBC de Londres y durante más de 20
días no apareció ni una orca. Los tipos estaban desesperados porque se les
acababa el tiempo y no habían podido filmar nada. Por suerte en los últimos
días recuperaron el tiempo perdido. Esto no es habitual que suceda y lo que
ahora nos preocupa es la ausencia de Mel."
Las orcas continentales en la Península
aparecen normalmente en septiembre y octubre en las elefanterías de Caleta
Valdés, coincidiendo con las primeras incursiones al agua de los cachorros y
en Punta Norte lo hacen en febrero-marzo y abril, a la caza de los pequeños
lobos marinos.
La
técnica que utilizan es la de acercarse cautelosamente a la costa con las
pleamares y patrullarlas a la espera de que un desprevenido cachorro se
adentre al mar o que simplemente se acerque a la rompiente. Este último
comportamiento lleva a las orcas a un "varamiento intencional" que consiste
en sacar la mitad de su cuerpo del agua, atrapar su presa de una rápida
mordida y luego con violentos movimientos de su cuerpo y cola, ingresar
nuevamente al agua. La Patagonia y las Islas Crozet son los únicos lugares
del mundo en que las orcas cazan por medio de estos varamientos.
Sus blancos son casi exclusivamente los
cachorros de lobo y elefante marinos, mientras que es muy raro que ataquen a
un animal adulto. La pleamar del domingo a la tarde fue la primera de una
serie de siete de espera. La lluvia no había parado de modo que el frío y el
viento hacían más dura la tarde para un citadino que había salido de Buenos
Aires con 25 grados. El lunes amaneció despejado, pero el viento Norte no
era el mejor para que nuestras amigas nos visiten.
"Son impredecibles" me decía Bubas de
reojo, adivinando mi ansiedad. Juan José ("Jota") López, también Guardafauna
en Punta Norte, lo acompañaba en las esperas en el mirador. Patagónico por
adopción, Jota ya conoce los secretos de la estepa y de las orcas y nos
pasamos horas hablando de ellas. También él sabía de mi angustia por haberla
visto cientos de veces en la mirada de otros fotógrafos.
Tampoco el martes hubo novedades. A cada
rato cualquier brillo en el mar, una sombra, me hacía aguzar la vista y
mantener la respiración. (Más tarde sabría que una vez allí, no queda
ninguna duda de su presencia).
El
miércoles mi estado de ánimo no era el mejor, y si bien yo sabía antes de
llegar que las posibilidades de éxito no eran seguras (y el "son
impredecibles", de Bubas resonaba en mis oídos), las expectativas que me
había creado eran mayores que las que aconseja el sentido común.
A las 12 del mediodía comenzaba la bajamar,
de modo que a las dos y media de la tarde estaba parado firme en el mirador
con la vista clavada en el noroeste, esperando la subida del mar. En un
momento me quedé solo. Cuando giré la vista hacia el sur, allí estaban.
La velocidad de desplazamiento, el brillo
de sus pieles negras al sol, los soplidos y las aletas recortadas sobre el
verde del mar, eran casi como las había imaginado. Estaban recién entrando
al "canal de ataque", una franja perpendicular al mar, libre de restingas,
con buena profundidad hasta el borde de la playa y que les permite además
girar con comodidad.
Di aviso a los guardafaunas y unos minutos
después estábamos en camino a las casamatas, frente al canal.
Pude contar cuatro adultos y dos juveniles
(aunque después supe que habían sido cinco los adultos) y que era el mismo
grupo que estuvo el sábado anterior. Antes de llegar a nuestras posiciones
en las casamatas las orcas cazaron un lobito (no alcanzamos a ver cuándo) y,
como es habitual, fue llevado mar adentro para ser comido en grupo. Una
mancha roja en el mar y una nube de gaviotas y petreles sobrevolándolos eran
la prueba.
Mientras tanto, continuaban con su
estrategia: mientras un par de adultos patrullaban bien pegados a la costa
cualquier distracción en la colonia, otros dos esperaban más alejados.
Muchas veces no se veían por ningún lado, pero cuando menos lo esperábamos
aparecía por sorpresa una aleta pegada a la costa y me imagino que los
lobitos debían ser sorprendidos de la misma manera con su aparición.
Se notaban las miradas nerviosas de las
hembras adultas y eran muy pocas las que se animaban a entrar al mar. Los
grupos, sabiamente para su supervivencia, se mantenían a ambos lados del
canal, donde la profundidad es baja y de difícil acceso para las orcas.
Ocasionalmente algún cachorro de lobo
empezaba a nadar paralelo al mar y en dos oportunidades vi como las lobas
nadaban a su par, dejando a los pequeños del lado de la costa para
protegerlos.
La acción estaba en todas partes y hubiera
necesitado otro par de ojos: las dos orcas juveniles jugaban con las algas a
pocos metros de la rompiente, ausentes del drama que se desarrollaba a su
alrededor, mientras otras se mantenían distantes y como desentendidas de
todo. A veces se acercaban una hembra con su cría a la costa, pero la
primera lo hacía sin dejarse ver, ocultando sus intenciones de caza.
El tiempo transcurría sin el gran cierre
que tanto esperaba: un varamiento intencional.
Cuando presté atención al reloj ya habían
pasado DOS HORAS. Lentamente comenzaron a alejarse, primero tibiamente, para
volver a acercarse nuevamente y después en forma definitiva. Cuando salimos
de las casamatas se podía palpar en el aire que la paz había vuelto a la
colonia de lobos marinos.
Mientras volvíamos caminando, unos dos mil
metros, no podíamos parar de hablar de la experiencia. La fotógrafa
norteamericana Gretchel Freund y yo comentábamos excitados lo que habíamos
visto, casi sin poder creerlo todavía.
El jueves y el viernes (este último con dos
mareas con luz diurna) las orcas brillaron por su ausencia y más que
decepcionado, me sentí solo. Aquel miércoles fue la primera y última vez que
las vi durante esa semana. Quedaron muchas anécdotas perdidas con los
peludos, los zorros grises y una calandria mora que se paraba sobre la
cámara en el trípode y me "charlaba".
Quedaron amaneceres, anocheceres,
horizontes y una promesa de volver pronto. Quizás ya no para tomar LA FOTO,
sino para escuchar sus soplidos y ver la estela que dejan sus aletas en el
mar.
Quedan para el próximo año las expectativas
de superar las vivencias de éste y ahora que sé que "son impredecibles" (y
les estoy avisando con tiempo...) el año que viene para esa misma época, si
alguien me busca, voy a estar en Punta Norte: al viento y con la vista
clavada en el noroeste.
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