Nuestro barco zarpa del puerto de
Townsville al atardecer, para aprovechar los últimos rayos del sol. Nuestro destino es la
Gran Barrera de Arrecifes. De noche, en la cubierta del barco, miro al cielo, que va
plagándose de estrellas, y dejo volar mi imaginación en la vastedad del espacio.

Las formaciones de coral típicas
de la Gran Barrera de Arrecifes.
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Me pregunto qué deben ver los
astronautas en sus increíbles viajes alrededor de la Tierra. Tan sólo aparece una
respuesta en mi mente: el Mar. No en vano, llamamos a la Tierra el "Planeta
Azul".
Un pensamiento cruza por mi mente: Lo que ellos pueden tan solo admirar desde sus naves,
lo puedo vivir yo con todos mis sentidos. Esto me hace sentir muy afortunado, pero
también muy pequeño, al comprender la inmensidad de lo que me rodea.
Aprovechamos para iniciar nuestra aventura en un momento en que la estación seca,
"The Dry", se cierne sobre la Australia septentrional. La estación húmeda,
"The Wet" como me comenta Michelle, una de nuestros guías submarinos, está
caracterizada por los monzones que, de noviembre a marzo, complican el acceso a la zona,
con frecuentes tormentas tropicales y tifones y, ocasionalmente, algún huracán que
arrasa las poblaciones costeras.
Nuestro barco navega cortando las olas a toda máquina, casi se diría que vuela sobre el
mar. El rugido de los motores resuena en mi cabeza, el movimiento continuo hace que sea
difícil caminar por cubierta, el olor del gasoil y del salitre embota el olfato. Estas
nuevas sensaciones, a las que se acostumbra uno al cabo de un tiempo, dan a cualquier
viaje una sensación de aventura que nada tiene que envidiar a las de los grandes
exploradores, como el Capitán James Cook o el Capitán Matthew Flinders, que tan honda
huella dejaron en la región.
LA GRAN BARRERA DE ARRECIFES
La Gran Barrera de Arrecifes es un área inmensa, de más de 2.000 km de longitud, que va
desde Gladstone, una polvorienta ciudad minera situada en el Trópico de Capricornio,
hasta el extremo Norte del Cabo de York, a pocas millas de Papúa Nueva Guinea.

Un arrecife de coral queda al
descubierto en una marea excepcionalmente baja
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Contrariamente a lo que parece, estos
arrecifes no están tocando a la costa, sino en el límite de la plataforma continental
australiana. La Gran Barrera aparece como un conjunto de arrecifes dispersos a 200 km de
la costa en el extremo sur y se va acercando paulatinamente a ella conforme navegamos
hacia el Norte. Al Norte de la ciudad de Cairns el arrecife se convierte en una barrera
casi continua, protegiendo la costa de los embates del Océano Pacífico.
El arrecife está constituido esencialmente por colonias de coral vivo, de múltiples
formas y colores, rodeadas de todo tipo de vida tropical. Esculpida durante millones de
años por la acción de las olas, los tifones y el crecimiento del coral, la Gran Barrera
parece un único organismo, tan grande y tan complejo que desafía a nuestra imaginación.
La Gran Barrera de Coral es, sin duda, la mayor construcción hecha jamás por seres
vivientes y de las pocas visibles desde el espacio. Esta inmensa comunidad tiene como
ciudadanos a incontables pólipos de coral, unos seres minúsculos que aportan,
literalmente, su granito de arena a la construcción de esta maravilla de la Naturaleza.
Millones de años de evolución y adaptación al medio han ido construyendo, capa a capa,
generación tras generación, grandes montañas submarinas. Perforaciones realizadas en
algunos puntos de la Gran Barrera indican que el espesor del coral es de hasta 500 metros.
Nuestra complicada navegación por la Gran Barrera se efectúa gracias a los adelantos
técnicos como el sonar, pero las traicioneras corrientes marinas hacen que Brent, nuestro
"skipper", no siempre pueda eludir los peligrosos corales. El barco está
perfectamente protegido contra estos incidentes por lo que sale airoso de estos encuentros
fortuitos, aunque no podemos evitar que, al oír el golpe del casco contra el arrecife,
nuestros corazones salten y nuestras mentes recuerden, por breves momentos, los antiguos
naufragios acaecidos en la zona y la desesperada lucha por la vida de los infortunados
náufragos.
Uno de los naufragios más me emocionan es el del buque de transporte S.S. Yongala,
hundido el 24 de marzo de 1911 con 121 personas a bordo por culpa de un ciclón tropical.
El pecio reposa ahora a 30 metros de profundidad y se ha convertido en un santuario
dedicado a todos aquellos que descansan en él. La abundancia de vida marina es tal que
uno casi se olvida de que el medio marino no es el propio y hay que volver a la superficie
al terminarse el aire comprimido de las botellas.
Los arrecifes de coral han representado, desde siempre, una fuente de riqueza y alimento
para el hombre. El turismo, que ha ido ganando importancia con los años, proporciona
disfrute a millones de personas, en especial a todo aquél que acepte el reto de
aventurarse bajo estas aguas cálidas y cristalinas, ya sea con un equipo de submarinismo,
o con una simple máscara de buceo.
La belleza de los fondos marinos me cautiva desde el momento en que me sumerjo en estas
aguas, pues la visión del arrecife es tan maravillosa que ha cambiado mi idea de la vida
y de lo que representamos en este mundo. Lo que desde el aire es azul, verde o marrón,
bajo el agua se convierte en una explosión de colores, es realmente indescriptible.
Lynn, una de nuestras guías submarinas, nos va mostrando los seres vivos que, como el
peligroso y perfectamente camuflado pez piedra, pueden escapar de la vista de un ojo no
entrenado, y es que la lucha por la vida en el arrecife se vale de todas sus armas,
modificando tanto el comportamiento como el aspecto de los animales de formas asombrosas.
CONTACTO CON LA GRAN BARRERA
Bajo la brillante luz del omnipresente sol tropical vemos frecuentemente un fenómeno
extraño, el agua cambia del intenso color índigo al turquesa claro, y es que estamos en
la Gran Barrera. El extraño fenómeno del agua nos indica la presencia de un
"bommie", palabra que desciende del término aborigen "bombora", que
significa roca sumergida. No es más que un banco de coral que surge de un fondo arenoso y
cuya proximidad a la superficie hace que refleje la luz solar, provocando el cambio de
color del agua.

Un cayo de coral rodeado de un mar
y un cielo intensamente color azul.
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Contrariamente a lo que me había
imaginado, la mayor parte de los arrecifes de coral están sumergidos a poca profundidad,
y salvo raras veces, con mareas excepcionalmente bajas, nunca pueden verse en la
superficie. Es lógico, el coral solo puede vivir bajo el agua.
Los frágiles pólipos de coral son seres acuáticos que no soportan la deshidratación,
ni temperaturas ni grados de salinidad fuera de un estrecho margen. Crecen buscando
ávidamente la luz, por lo que se acercan todo lo posible a la superficie, incluso
compitiendo fieramente entre especies, en una lucha lenta pero continua que nada tiene que
envidiar a la de los más feroces depredadores del mundo.
LOS PELIGROS DEL ARRECIFE
La naturaleza cambiante, viva, de los arrecifes hace que las cartas náuticas de la
región contengan inscripciones como "Inexplorado. Peligroso para la
Navegación". Por ello los barcos que navegan hoy en día por estas aguas cuentan con
modernos sistemas de sonar para detectar el traicionero perfil del fondo. En el pasado la
mejor protección para no embarrancar en los arrecifes consistía en no acercarse, los que
lo hicieron pagaron cara su osadía, como atestiguan los más de 500 naufragios ocurridos
en la zona.
Salpicados entre los arrecifes sumergidos aparecen de vez en cuando los islotes o cayos de
coral. En un principio, estas afloraciones de tierra eran arrecifes que, con la marea
baja, quedaban a veces con la parte superior al descubierto. Con el tiempo, la arena y los
restos de corales muertos se acumulaban en la parte superior hasta que un buen día el
agua no llegó a cubrirlo. Luego, algunas semillas, traídas por el viento, las corrientes
o las aves marinas, germinaron en la arena, dando paso a las plantas que todos reconocemos
en las islas tropicales.
Intentar llegar hasta uno de estos cayos de coral es toda una aventura, pues la poca
profundidad del agua en las orillas, junto con la engañosa fragilidad del coral ha
acabado con muchas embarcaciones. Los esqueletos de coral se comportan como afilados
cuchillos de sólida roca que no distinguen un casco de madera de uno de acero y que se
muestran implacables con cualquiera que se enfrente a ellos.
Nuestro barco aprovecha los canales que frecuentemente aparecen excavados en el coral por
las corrientes marinas. Los últimos metros hasta tierra firme los recorremos en lanchas
tipo "Zodiac" que, gracias a su casi inexistente calado, permiten estas
aproximaciones para observar el milagro de la vida en unos islotes aparentemente
estériles.
LA VIDA EN EL ARRECIFE

La vida de un cayo de coral está
formada
principalmente por aves marinas como estos pájaros bobos.
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La vida sobre un cayo de coral es escasa,
debido a la falta de agua dulce y de lugares de resguardo para los seres vivos. La
población típica de un cayo está constituida esencialmente por aves marinas como la
fragata, la gaviota, el albatros o el pájaro bobo, al que no debemos confundir con el
pingüino, que se encuentra en latitudes mucho más bajas.
También son comunes las tortugas, especialmente en las épocas de desove, así como los
cangrejos ermitaños que, como los basureros de una ciudad, mantienen el ecosistema libre
de restos orgánicos. En algunas islas se encuentran reptiles y en muy pocas se encuentran
algunos mamíferos, destacando algunos murciélagos, que subsisten a base de frutas
silvestres.
Pero es bajo la superficie de las aguas donde encontramos gran cantidad de vida, donde se
extiende la jungla de coral, donde impera la ley del más fuerte: "comer o ser
comido". Cada rincón o grieta del arrecife alberga incontables peligros para sus
habitantes, desde las anémonas urticantes, pasando por las peligrosas fauces de las
morenas y acabando en el temido tiburón, especialmente abundantes en este medio lleno de
vida.
Es en la Gran Barrera de Arrecifes donde realizo mis primeras inmersiones con tiburones.
Nadar entre estos magníficos escualos produce multitud de sensaciones, las cuales van
desde la admiración por su perfección fisiológica hasta el miedo de saber que uno ya no
está en la cima de la pirámide alimentaria. También se comprende en estos momentos que
los tiburones no atacan sin un motivo, "cualidad" reservada tan sólo al ser
humano.
Podemos considerar también el arrecife como una selva, por la abundancia de vida, en todo
tipo de formas y colores, desde los sencillos pero vistosos nudibranquios (babosas
marinas) hasta los variados peces de colores.

Un pez payaso con su anémona son
una de las más famosas parejas submarinas.
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Como en toda comunidad biológica se
producen asociaciones de todo tipo entre los organismos vivos. A veces las relaciones son
simbióticas, destacan singulares parejas como el pez payaso y las anémonas, las morenas
con los camarones o los blenios limpiadores con los meros. Otras veces las relaciones son
parásitas, como las de algunos crustáceos con los meros, por ejemplo.
Desde el punto de vista científico, tal vez los arrecifes, con su inacabable variedad de
formas vivientes, nos ayuden a entender un poco más el hecho de la vida en si. Los seres
vivos del arrecife se han mostrado una fuente inacabable de substancias de importante
valor farmacológico en todos los ámbitos de la medicina, como la lucha contra el cáncer
o la artritis.
Quizás los arrecifes sean más importantes para nosotros en el ámbito espiritual que en
el económico. Constituyen en si mismos una lección viva sobre la Naturaleza, en la cual
podemos introducirnos y volver a experimentar la admiración y el entusiasmo por la vida
que teníamos cuando éramos niños.
La Gran Barrera de Arrecifes es un lugar único. Constituye una de las comunidades más
antiguas y ricas de nuestro planeta. En ningún otro sitio puede hallarse tal variedad de
especies en convivencia. Es el tesoro más preciado de la Naturaleza por su forma, color y
variedad, imposible de imaginar si no lo pudiéramos comprobar con nuestros propios ojos.
Se calcula que el 70 por cien de los arrecifes del planeta están en serio peligro debido
a la contaminación del agua, la explotación no controlada de los recursos marinos y la
presión humana.
Su destino está en nuestras manos y es nuestro deber preservarlos para que futuras
generaciones puedan observarlos y disfrutarlos como todavía lo podemos hacer nosotros.