Gorée: la isla
de los esclavos
por
Miquel Pontes
Fotos de S.G. y Núria
Viñolas
a costa africana noroccidental se
caracteriza por las costas desérticas del norte. Conforme avanzamos hacia el
sur la densidad de la vegetación aumenta, pero no podemos hablar de “selva”
hasta llegar a la desembocadura del río Gambia.
Senegal
limita al norte con Mauritania, cuya frontera es el río Senegal. Otros ríos
que cruzan el país son el Saloum, el Gambia y el Casamance, y todos ellos
forman amplias zonas pantanosas antes de la desembocadura. La temperatura
oscila entre los 22ºC a los 30ºC durante todo el año. El idioma oficial del
país es el francés.
Senegal marca el inicio del África negra
pero, al igual que en toda el África occidental, la huella francesa es muy
importante. Fueron los franceses quienes fundaron la ciudad de Saint Louis
en 1683 y constituyeron la “Compañía de Senegal” para organizar el tráfico
de esclavos.
Dakar, la capital del país, es el punto más
occidental de la península de Cabo Verde y de toda la costa africana. Fue
fundada también por los franceses y puede considerarse la capital de la
región.
Cada principio de año teníamos la
oportunidad de ver las magníficas playas de Dakar con motivo de la
celebración del famoso Rally París-Dakar. Pero no hablaremos de estas playas,
sino de una islita situada a unos 3 kilómetros de la capital, un trayecto
que se cubre en unos 40 minutos de navegación en un vetusto trasbordador.
Hablamos
de la isla de Gorée. El turista que visita Senegal no puede dejar de visitar
esta isla de gentes amables, paisajes pintorescos e historia estremecedora.
Pese al constante tráfico de turistas procedentes de Dakar, la isla es un
enclave de tranquilidad lejos del bullicio de la capital. Sus habitantes
transmiten esta sensación de paz. Las puertas de las casas están siempre
abiertas; todos los vecinos se conocen y no desconfían de los extraños.
Las dimensiones de la pequeña isla son de
unos 900 metros de largo por unos 300 metros en el punto más ancho. El
pueblo ocupa casi toda la extensión de la isla, excepto algunas zonas no
edificadas en las que es posible ver plantas exóticas como los baobabs.
Las calles de Gorée son de tierra, con
tonalidades beiges y ocres. Son calles tranquilas y razonablemente limpias
en las que el viajero se sorprende por la falta de vehículos de motor; pero
no hacen falta: todo el mundo camina para llegar a su destino.
La etnia predominante entre la población es
la wólof y la religión mayoritaria es la musulmana. Las mujeres de la isla,
con su gracia especial, visten ropas muy coloristas, dominadas por el azul
pero que también incluyen amarillos, verdes y rojos. La mayor parte de sus
habitantes son pescadores, comerciantes o artesanos, y es que las fuentes
básicas de ingresos de la isla son el turismo y la pesca.
Los vendedores de collares confeccionados
con cypreas o caurís son nuestro primer contacto con el comercio local, que
se amplia con los comercios de los artesanos, que exponen sus obras en la
calle. También es posible hallar algún restaurante en el que comer un plato
típico, generalmente a base de pescado con arroz, mientras algún grupo
musical nativo alegra el ambiente con música autóctona.
Un terrible pasado
Gorée
fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978. ¿Por qué?
Pues resulta que este pueblo de origen colonial fue uno de los principales
asentamientos del esclavismo hasta 1815, año en que se abolió el tráfico de
esclavos (pero no la esclavitud ¡!).
El comercio de personas empezó poco después
del descubrimiento del Nuevo Mundo, a principios del siglo XVI, para
proporcionar mano de obra barata a las colonias españolas y portuguesas. La
esclavitud no desapareció definitivamente hasta finales del siglo XIX.
Los traficantes erigieron una serie de
plazas fuertes a lo largo de la costa africana en las que concentraban a los
esclavos antes de embarcarlos para América. Estas construcciones se
encuentran desde el golfo de Benín al de Biafra, pero también en Sierra
Leone, Costa de Marfil, Gabón, etc.
La isla de Gorée, que había sido
tradicionalmente un refugio para las naves portuguesas, se convirtió pronto
en el núcleo de un próspero negocio. Se establecían pactos con las tribus
del interior para que capturasen a sus semejantes y los vendieran a los
comerciantes occidentales.
Los holandeses conquistaron la isla en 1617
y construyeron dos nuevos fortines que emplearon hasta el 1664. Según parece,
el nombre de Gorée viene de esta época, pues los holandeses la conocían con
el nombre de “goedde redde” (buen puerto).
Durante
más de 100 años los ingleses y los franceses se disputaron el control de la
isla hasta que, gracias al Tratado de Versalles, ratificado en 1783, Francia
consiguió el dominio definitivo del enclave. Tras la abolición del tráfico
de esclavos, la isla perdió su importancia estratégica.
Aún se observan en esta pequeña isla los
restos de la barbarie. El antiguo almacén de esclavos se ha convertido en el
Museo de los Esclavos. Impresiona la pequeña puerta, abierta permanentemente
al Atlántico, por la que pasaron miles de personas atemorizadas, ignorantes
de su destino, un destino al que muchas de ellas no llegaron por culpa de
las enfermedades o la desnutrición.
Al pasear por las calles de Gorée uno no
puede dejar de maravillarse por el hecho de que aún existan remansos de paz
como esta isla en la que los niños juegan en la calle y los habitantes
charlan tranquilamente como si el resto del mundo no existiera.
Una vez que el visitante descubre esta isla,
jamás la podrá olvidar.
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© Texto:
Miquel Pontes
© Fotos de S.G. y Núria Viñolas
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