DIARIO
SCUBA
Por José A. Cartagena

Mi primera
inmersión en alta mar
ace una semana que
hemos concluido el curso de buceo, contando con sólo cinco inmersiones y con una máxima
de 22 metros en el 'logbook' (cuaderno donde se anotan las inmersiones). Decido apuntarme
a una inmersión en mar abierto organizada por el club.
Domingo,
6.00 h. (Empieza la jornada)
e levanto muy
animado y algo nervioso en vista de la aventura que me espera. Recojo el material que he
preparado hace sólo unas horas, traje, jacket, reguladores y demás, vuelvo a repasar
todos los elementos. No quiero perderme la inmersión por olvidar algo, allí abajo todo
es necesario. Bien, no falta nada. Con mucho esfuerzo llevo el equipo al coche, los plomos
y la botella pesan como un demonio. Una vez en marcha me miro al retrovisor y me pregunto
si estoy seguro de lo que voy a hacer, no tengo experiencia. Bueno, en marcha.
8.00 h.
(La llegada)
espués de un viaje
de 2 horas, por fin estoy en Aiguafreda, un precioso pueblo de la Costa Brava. Con algo de
dificultad consigo encontrar la cala de Sa Rascassa, lugar donde saldrá la embarcación.
¡¡He llegado el primero!!, ¡¡No hay nadie!! ¿Me habré equivocado de lugar?. Espero
que no.
Aparco el coche y
decido dar un paseo y ver como ha despertado el mar. La gélida brisa de la mañana
acaricia mi rostro y el aire húmedo y salado penetra en mis pulmones. Es maravilloso, el
Mediterráneo está totalmente calmado pese a que sopla un leve viento. La vista es
increíble, el mar coloreado por el alba da muestras de su grandeza. Me pregunto que
ocultará en su interior.
Una mano toca mi
espalda y me saca del trance. Empiezan a llegar mis compañeros. Todos nos analizamos con
una sonrisa nerviosa y de complicidad.
Antes de
prepararse, nuestro instructor propone desayunar algo mientras nos vamos conociendo.
Mejor, los nervios se me están poniendo a flor de piel. Tendré más tiempo para
asimilarlo.
9.00 h (La
hora de la verdad)
ay que equiparse.
Hacemos un corro y comenzamos la operación. De soslayo, vamos comparando los equipos. El
instructor nos indica que revisemos todo a conciencia, una vez en alta mar el barco no
dará la vuelta para recoger lo que se nos haya olvidado.
Bien, pues vamos a
ello. Presión de la botella, funcionamiento de las válvulas del jacket, foco,
reguladores, ordenador de buceo, profundímetro, manómetro
Todo está bien, creo.
Lo vuelvo a repasar. Lo repaso de nuevo y lo vuelvo a repasar. Entonces empiezan las dudas
y el verdadero respeto por el mar. ¿Y si falla algo?. ¿Y si me quedo sin aire?.
¿Entraré en descompresión? Esto no es lo mismo que una inmersión desde la costa, donde
ves el fondo marino en todo momento. Empiezo a estar inseguro.
10.00 h.
(El barco)
n total, once buceadores estamos esperando en el
pequeño muelle a que llegue la embarcación. Se puede distinguir claramente quienes somos
los novatos. ¡Eh, Ahí viene! Dice un compañero. Más nervios.
La embarcación es
una antigua fueraborda de la Cruz Roja adaptada para el buceo. Hacemos una cadena y
cargamos todo el material, lo disponemos con muchísimo cariño, pues no es barato. Los
motores rugen y nos vemos impulsados fuertemente hacia atrás, lo que nos obliga a asirnos
unos a otros para no caer al agua.
El patrón nos
mira y sonríe. Nos comenta que no está muy lejos, a unos 15 minutos mar a dentro. Más
tiempo para relajarme. Bien. De camino, el instructor nos explica la inmersión. Dos
escollos (montañas submarinas) con paredes verticales que se alzan desde el fondo. Iremos
al primero, donde la cima se encuentra a 18 metros de profundidad y acaba por un lado a 47
y por el otro a 52. Recuerdo que mi licencia sólo me permite bajar a 25 metros y miro a
mi instructor con cara de preocupado. La costa se aleja detrás de nosotros.
PLASH!!! Un fuerte
estallido suena cerca de mí, casi me da algo, ¿Qué ha pasado?. La junta tórica de la
botella del compañero que está sentado a mi lado ha reventado y el aire sale a presión
por el grifo. Uno de los buceadores más expertos se levanta y le cierra el grifo
impávido. El chico se queja del oído y no podrá bucear. Pregunto a Luis, mi instructor
si eso puede pasar bajo el agua y me dice que no, pero sé que me está mintiendo y lo
hace para que me relaje. Debo tener la cara descompuesta.
Entre el incidente
y mis preocupaciones llegamos a la zona, el patrón del barco se sitúa exactamente encima
del escollo y deja caer el ancla. Hacemos los grupos de dos en dos. Me hace gracia ver una
pareja con el mismo equipo y el mismo traje. Luis, mi instructor me comenta que tengo que
ir con él y estar al tanto de sus indicaciones en todo momento y sobre todo no perderlo
de vista, ya que hay una fuerte corriente de superficie que llega hasta los 10 metros y
podría arrastrarme lejos de la zona.
11.00 h.
speramos que se lancen todos al agua y nos
quedamos los últimos viendo como el resto va desapareciendo bajo el agua, dejando como
única prueba de su existencia un rastro de burbujas que ascienden desde el fondo. Bueno,
pues nos toca.
Luis me aconseja
que utilice el cabo del ancla para descender y no me arrastre la corriente. Llegó la
hora. Coloco una mano haciendo presión sobre mis gafas y regulador para que al caer al
agua no se caigan y con la otra mano sujeto los instrumentos de navegación para que no se
dañen unos con otros y me dejo caer hacia atrás con decisión.
¡¡Plasshhh!!
ólo veo ante mí un cúmulo de espuma y burbujas,
he perdido la orientación y no sé si estoy boca arriba o boca abajo. Como tengo el
jacket inflado salgo rápidamente a la superficie y compruebo mi situación. Seguidamente
me dirijo a proa, por donde cae el cabo del ancla. El aire seco de la botella y los
nervios me resecan la garganta y tardo unos minutos en acostumbrarme.
Veo a Luis que me
hace señas para que me acerque a él y agarre el cabo, la corriente es realmente muy
fuerte. Mediante las señas comunes a los buceadores me pregunta si estoy bien, haciendo
el símbolo de OK con la mano. Le respondo de igual modo. Entonces me indica que vamos a
bajar y acepto. Pulso el botón de salida de aire de mi jacket y noto que mi peso vence la
densidad del agua.
La primera visión
que tengo es impresionante, no se distingue el final de la cadena donde estoy cogido y
muchísimo menos el fondo. Sólo el gran azul. Veo compañeros descendiendo unos metros
por debajo de mí. Es espectacular. La visibilidad es estupenda, al menos 15 metros.
Comienza el
descenso y voy notando como la presión hunde mis tímpanos, lo contrarresto compensando
con la maniobra de Valsalva. A 7 u 8 metros veo claramente una 'termoclina' - una
corriente de agua de diferente temperatura dentro del mar - que tiene un color distinto
del resto del líquido elemento. Estoy alucinando. Pero aun no he visto nada.
Llegamos al final
del ancla posada sobre la cima de la montaña, los compañeros se están indicando por
donde deben ir. Noto que a esa profundidad (18 metros) el agua está unos 2 ó 3 grados
más fría. Luis intenta que le siga, pero me he quedado paralizado ante el gran
espectáculo que está dando un enorme cardumen de peces aguja que se pierde en el
infinito.
Noto como se me
eriza la piel bajo el neopreno. De pronto reparo en que, a cualquier lugar donde dirija la
vista hay vida, vida por todos los lados, y no sabría explicar por que, pero me invade un
profundo sentimiento de melancolía y a la misma vez de alegría.
Pronto se me
olvidan los miedos y los pensamientos extraños, pero nunca sin perder el respeto. Empiezo
a sentirme un pelágico más dentro de mi hábitat. Voy al encuentro con Luis y comienza
el descenso por la pared llamada ''Furiò''.
Vaya, esto es
demasiado, decenas, cientos, miles de peces están comiendo y jugueteando entre
impresionantes gorgonias que cubren gran parte de la pared totalmente vertical. Seguimos
descendiendo. La sensación de estar entre dos aguas es como estar volando. Miro mi
profundímetro y ¡¡25 metros!!.
Como buen alumno,
le indico a Luis que teóricamente no puedo bajar a más de esa profundidad, a lo que me
responde que no me preocupe, que voy con él y no pasará nada. ¡¡Bien!!. Seguimos
bajando. 28 Metros. Mi ordenador emite una señal de aviso, estoy respirando demasiado
deprisa, pienso que será la emoción, pues ya he perdido el miedo y me he fusionado con
el entorno.
Luis enciende el
foco e ilumina la pared. IMPRESIONANTE. La potente haz de luz resalta al máximo los
bellos colores de las profundidades. Es como estar en un sueño. De pronto vemos una gran
morena que se asusta de nuestras burbujas y escapa a toda velocidad. Vaya, tenía
entendido que eran peligrosas. La vemos evolucionar entre dos aguas, es hermosa de verdad,
el amarillo y el morado destacan sobre su piel.
Miro a Luis y se
ríe. Debo tener una cara de obnubilado total. De pronto aparecen dos buceadores más que
nos señalan con estrépito un lugar y salen a toda velocidad. ¿Habrá ocurrido algo?.
¡NO!, Es una majestuosa liebre de mar, se desplaza de forma muy similar a las mantas, es
enorme y de color ocre. Nunca hubiera imaginado toda la belleza que esconden los océanos.
Adopto una
posición erguida y paralela a la pared. Entonces veo la imagen más espectacular del
día. El sol ya alto a esa hora deja pasar los rayos de luz entre las gorgonias y mero de
un metro y medio hace sombra sobre nosotros. Debe ser un sueño, me pregunto por qué he
tardado tanto en descubrir esto, me siento parte del espectáculo.
Necesito
fotografiar esto, le tengo que contar a todo el mundo que venga a ver esto. Aquí abajo,
parece imposible concebir la vida que hay arriba, las desgracias, las penas, el hambre,
las guerras. Me siento en ese momento totalmente desvinculado al resto de la humanidad.
Estoy realmente excitado, me siento embaucado por el ambiente. Me quiero quedar aquí para
toda la vida. Siento ganas de quitarme todo el equipo y nadar mar a dentro. No quiero
volver a la superficie. Esto es genial, es como una droga sana. Tengo ganas de llorar.
Estoy contento. Estoy triste, no, alegre. ¿Qué me pasa? Soy incapaz de adivinar mis
propios sentimientos. Entonces caigo en la cuenta. ¡¡44 Metros!!. NARCOSIS.
Menos mal que me
he cerciorado de la situación antes de cometer ninguna tontería. De repente recordé las
clases. <<
a partir de 40 metros el nitrógeno del aire puede ser tóxico por
la presión parcial de dicho gas, y podemos sufrir una narcosis o también conocida como
'La borrachera de las profundidades
>>.
Luis se da cuenta
de que hemos bajado mucho y me hace ascender unos metros. Él baja hasta 47, siente deseos
de tocar el manto abisal. Miro hacia arriba, la luz del sol ya no se ve a esa profundidad.
Asciende hasta mi posición y me muestra mi ordenador. Vaya, estamos a punto de entrar en
descompresión. ¡¡ Han pasado 40 minutos y ni siquiera me he dado cuenta!! ¿Ya se
acaba? No, no, quiero seguir aquí, le indico.
Me sonríe y me
señala que tenemos que comenzar la ascensión. De camino a la superficie vemos huevos de
calamar en un agujero, salmonetes, muchas especies que todavía no conozco, y un pulpo en
una grieta de la pared que al menos tiene que medir dos metros. Es gigante. Seguimos la
ascensión.
Entonces detengo a
Luis y cojo un erizo. Me dice que no lo haga, pero insisto y al final cede. Saco mi
cuchillo y abro el erizo por la mitad y lo alzo en mi mano. En unos segundos tenemos una
nube de peces de todas clases, sargos reales, doradas, todas comiendo de mi mano. Que
bonito. Hay una doncella que me mira a los ojos detrás del cristal de mi máscara.
Recuerdo que esta especie, pequeña y juguetona, siempre me ha acompañado en mis
inmersiones. Pero se acaba pronto.
Seguimos hacia
arriba y me doy cuenta de que unas cuantas doradas de buen tamaño nos siguen. Con
tristeza les digo adiós con la mano. Una vez en la cima del escollo nos reunimos con dos
grupos más y nos indican que todo ha ido bien. Uno de ellos señala algo, nos giramos y
vemos una enrome medusa que se aleja. El movimiento de su cuerpo es algo excepcional.
Me vuelvo hacia el
grupo y todos me miran sonriendo. Más tarde me enteraría, se reían de la cara de
alucinado que llevaba. Por el cabo ascendemos hasta unos tres metros donde hacemos una
parada de descompresión de cinco minutos, sólo por seguridad. Ascendemos lentamente y
rompemos la superficie
Ha sido genial. Quiero repetir.
Nos ayudamos unos
a otros a subir al barco y esperamos a que llegue todo el mundo mientras intercambiamos
las experiencias alegremente. Bromeando, le doy una palmada en el cogote a Luis por
haberme bajado tan profundo y a la misma vez le agradezco que lo haya hecho, pues ha sido
una de las mejores experiencias de mi vida. La sonrisa en el rostro tardaría unas horas
en borrarse. Me siento pleno, pletórico, con fuerzas para todo. Satisfecho.
Pedro, un señor
de casi 80 años que viene a bucear con nosotros y al que llamamos cariñosamente Jacques,
en honor al gran maestro ' Jacques Yves Costeau', tarda mucho en subir y no encontramos
las burbujas en superficie. A Pedro le gusta bajar al máximo de profundidad y decidió
hacerlo por la otra cara de la pared. Comenzamos a preocuparnos un poco, pero al rato
aparece al lado del barco, simplemente se había entretenido. Bien, pues ya estamos todos.
13.00 h.
stamos haciendo
buena cuenta de la gastronomía de la zona en una pequeña tasca del pueblo. Escucho
afable las historias de los más expertos. Tiburones, barcos hundidos, cuevas
Todos
parecen alegrarse por mi unión a la hermandad de los buceadores. Ya me siento integrado
en esta comunidad, donde existe un verdadero compañerismo y un amor común por el
mar
© José A. Cartagena |
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