El Yongala
Un misterio lleno de vida
por Miquel Pontes

  uizá alguno
de los lectores haya oído hablar antes del S.S. Yongala, aunque para la mayoría este
nombre no sea más que uno de tantos nombres exóticos que tanto abundan en el mundo del
submarinismo deportivo.
En realidad éste es uno de los mejores lugares de inmersión del mundo, pues la cantidad
de vida que puede encontrarse concentrada en este magnífico pecio equivale a la de varios
viajes de inmersión juntos.
He aquí la historia de este desafortunado navío, que desapareció hace ya más de 85
años bajo las impetuosas aguas del Océano Pacífico, frente a la costa oriental de
Queensland, Australia, en los dominios de la Gran Barrera de Coral.
El S.S. Yongala
El Yongala era un buque de vapor de unas 3.600 toneladas. Medía
unos 110 metros de eslora y unos 14 de manga. Su casco de acero fue construido por la
Compañía Armstrong Whitworth, de Southampton (Inglaterra). El Yongala tenía la
finalidad de transportar mercancías y pasajeros, y para desempeñar estas tareas fue
botado el 29 de Abril de 1903.
El barco salió de Southampton el 9 de Octubre del mismo año y empleó 59 días en llegar
a Australia, ya que su velocidad máxima, aún en las mejores condiciones, era de tan
sólo 16 nudos.
El Yongala, fletado por la Adelaide Steamship Company, partió de Melbourne el 14 de Marzo
de 1911, efectuando un trayecto costero hacia el norte, hacia Brisbane, Mackay, Townsville
y Cairns, recogiendo pasajeros y carga a lo largo de su trayecto, el cual había realizado
varias veces sin incidentes. Era su 99º viaje. Su capitán, William Knight, y su segundo,
Harry Harden, tenían largos años de experiencia en el mar.
La tragedia

No le faltaba mucho para su destino...
A la 1:30 de la tarde del 23 de Marzo de
1911, el Yongala salió de Mackay con destino Townsville, después de dejar a 3 pasajeros,
con sus equipajes, en tierra.
A estas horas el cielo tenía ya un aspecto
amenazador y los vientos aumentaban en fuerza, aunque el mar no estaba, todavía,
demasiado revuelto.
Tan solo media hora más tarde, a las 2, se
cerró el puerto de Mackay por alerta de huracán. El Yongala no llevaba a bordo ningún
aparato de radio ni telégrafo, así que no había forma de avisarle.
El Yongala no estaba en peligro inminente, pues la gran cantidad de islas que hay en el
trayecto entre Mackay y Bowen ofrecían buena protección. Con todo, la tripulación del
buque empezó a preocuparse. El temporal amainó un poco al pasar por el estrecho de
Whitsunday pero, al salir de su protección, el mar empezó a encresparse peligrosamente.
Todo el pasaje fue enviado a sus camarotes, resignado a pasar una mala noche en el mar,
con la esperanza de llegar por la mañana a Townsville. El capitán consultó a sus
oficiales y tomó una decisión que, tristemente, acabó con las vidas de las 121 personas
que iban a bordo: Decidió continuar hacia Townsville a pesar del mal tiempo.
Para entonces, el Yongala ya había caído en las garras de un potente huracán, con
vientos que sobrepasaban los 200 km/h. La navegación era imposible, la visibilidad nula y
la lluvia torrencial. La velocidad del buque se redujo, las olas pasaban por encima de la
cubierta arrancando todo lo que no estuviera firmemente sujeto a la misma. Entonces el
capitán Knight supo que no podían continuar a flote por mucho más tiempo.
Los pasajeros estaban asustados, ningún lugar de los lujosos camarotes ofrecía el más
mínimo alivio a la sensación de inseguridad. Cualquier objeto suelto era un peligroso
proyectil en medio de este infierno azul. El agua de mar se filtraba por las escotillas
cerradas. La mayoría de los pasajeros temían que el fin estuviera cerca, aunque no les
abandonó la esperanza de salvarse hasta el último momento. Uno puede imaginarse el
terror que asolaba las mentes de los que estaban bajo la cubierta. 121 personas pensando
en sus seres queridos, sus familias y sus hogares, a los que tal vez nunca más volvieran
a ver.
Mientras observaban
desaparecer el resto de la carga de la cubierta, el capitán Knight y sus oficiales
empezaron a comprobar que el buque no se comportaba como debiera. Con las compuertas de
las bodegas arrancadas por el implacable temporal, cada golpe de mar los acercaba a su
fatal destino. Si no ocurría un milagro, no saldrían de allí. Mientras tanto, el
barómetro no paraba de bajar. El Yongala se acercaba al Cabo Bowling Green, tan solo a 15
kilómetros de la costa.
La hora prevista de llegada a Townsville, las 6 de la mañana del Viernes 24 de Marzo, se
sobrepasó ampliamente. Los familiares esperaron en el puerto sin resultado alguno, el
Yongala no apareció. El vapor Cooma llegó al cabo de unas horas siguiendo la misma ruta.
No tenían noticias del Yongala.
Casi 50 años de misterio
Cuando el tiempo mejoró se enviaron varios barcos en busca del
Yongala. Ninguno trajo buenas noticias: unos no vieron nada, otros recogieron algunos
restos flotantes, pero ninguna prueba positiva de que pertenecieran al barco desaparecido.
Un misterio se cernía sobre el Yongala, no se sabía cuándo ni dónde se había hundido,
ni siquiera si se había hundido.
Las primeras especulaciones apuntaban a que el Yongala había tenido una avería y estaba
a la deriva en algún arrecife de la Gran Barrera de Coral. Otros especulaban sobre si
estaba anclado en alguna isla, donde algún problema técnico lo tenia retenido allí
esperando un rescate.
El tiempo pasó, la búsqueda se hizo menos intensa y al fin se abandonó, perdiendo así
toda esperanza de encontrar supervivientes. El Yongala desapareció así de los titulares
de los diarios, como tantas otras tragedias en el mar.
Aunque nadie puede afirmar
con seguridad qué le ocurrió realmente al Yongala, todo indica que el hundimiento se
produjo por la entrada masiva de toneladas de agua en las bodegas, haciendo que el buque
no pudiera remontar la siguiente ola y se fuera limpiamente a pique.
Durante la Segunda Guerra Mundial un dragaminas marcó un objeto situado a 10,4 millas
náuticas del Cabo Bowling Green. En 1947, el HMS Lachlan identificó positivamente este
objeto como un barco hundido, pero no investigó más allá.
En Agosto de 1958, quince años después de la primera localización y casi 50 años
después del hundimiento, el Yongala fue oficialmente descubierto por dos hombres, Bill
Kirkpatrick, capitán del buque de salvamento MV Australia, y el buzo profesional George
Konrat. Este buzo pudo constatar que se trataba del Yongala ya en su primera inmersión,
pues pudo ver el nombre del barco en el casco. Todavía son perfectamente visibles.
El Yongala, hoy
Hoy, 85 años después de su hundimiento, el Yongala alberga una
increíble cantidad de vida marina, tanto bentónica como pelágica, que sobrepasa la de
cualquier otro pecio. El Yongala yace, escorado sobre su costado de estribor, en una
planicie arenosa situada a unos 30 metros de profundidad.
Este fondo es el responsable de su peculiar riqueza en fauna marina, pues el pecio es el
único refugio disponible en estas ricas aguas, aún algo alejadas de la Gran Barrera de
Coral. El Yongala constituye el biotopo perfecto.
El oxidado casco del Yongala se alcanza a tan sólo 14 metros de la superficie, en aguas
generalmente muy limpias. Su proa apunta prácticamente al Norte, como si aún siguiera el
rumbo original, mientras que el casco se halla prácticamente intacto debido a la
naturaleza de su hundimiento.
Las primeras inmersiones en el Yongala
Al sumergirnos por primera vez en el Yongala, entramos en un mundo
excitante que desborda nuestros sentidos por la cantidad y variedad de vida marina con que
nos acoge.
Al irnos deslizando por las cubiertas, inclinadas unos 45 grados, observamos que están
completamente recubiertas de gorgonias y corales blandos agitándose suavemente en las
corrientes oceánicas. Corales "duros" de todos los tipos se disputan el terreno
con los demás seres vivos que pueblan este limitado pero prolijo espacio.
La mayor parte de la superestructura ha desaparecido, debido a la corrosión del agua y a
los abundantes ciclones, que arrasan periódicamente la zona. Las barandillas, que una vez
emplearon los pasajeros, están cubiertas de delicadas gorgonias y corales incrustantes de
color rojo, amarillo y verde.
Las grandes bodegas, vacías de
carga, albergan ahora, entre corales de todas las especies, miríadas de peces cardenal y
cardúmenes de peces de cristal moviéndose al unísono a nuestro paso, vistosos
pejeverdes, modestas fulas, bellos peces ángel de variados colores y diseños,
parsimoniosos peces murciélago y moteados meros de coral, así como muchas otras especies
tropicales que se protegen así de los abundantes merodeadores de mar abierto.
Bajo la quilla, grandes meros acechan sus presas, mientras que los peces león campan por
sus respetos en las bodegas, engalanados con el traje de batalla. Algún pequeño tiburón
de puntas blancas se hará visible si tenemos suerte, pero no son abundantes debido a su
timidez, y es que el pecio es uno de los lugares de inmersión más visitados de
Australia.
En los arenales circundantes,
grandes mantas raya de más de 3 metros de diámetro duermen durante el día, pero salen
de caza de noche. Es todo un espectáculo verlas patrullar por el costado del pecio más
cercano a la superficie, bajo la luz de nuestros focos, con la torturada silueta del
Yongala recortada en la oscuridad. Una inmersión nocturna como no hay otra.
Algunos pulpos vagan por las zonas más hondas de las bodegas, llenas ahora de restos de
arena, oxido y materia orgánica en descomposición. En estas mismas bodegas habitan,
salpicados aquí y allá, otros moluscos, como las ostras y tridacnas. Las venenosas
serpientes marinas pueden verse subiendo a la superficie para respirar, y bajando de nuevo
a su territorio de caza, especialmente de noche.
La vida hierve en cualquier rincón que se mire. "Comer o ser comido", la
"Ley de la Selva" o la "Ley del Mar" están a la orden del día en
este lugar maravilloso.
Los peces no huyen de uno pues
no tienen miedo de ser pescados por los submarinistas, y es que el Yongala está situado
dentro del Parque Nacional de la Gran Barrera, el cual es una zona protegida contra la
explotación intensiva de sus abundantes, pero delicadamente equilibrados, recursos
naturales.
Solo la Naturaleza se cobra, ocasionalmente, su tributo, con ciclones y tormentas
excepcionalmente fuertes que arrasan los delicados corales, las vistosas gorgonias y las
abundantes esponjas más cercanas a la superficie.
En el fondo de las bodegas podemos observar los objetos cotidianos usados por la
tripulación y el pasaje: lámparas, platos, cubiertos, botellas, vasos, etc. Incluso
vimos la cabecera de una cama entre las cubiertas que debieron pertenecer a la primera
clase. En la zona central del barco se pueden encontrar aun los retretes, perfectamente
identificables.
Cerca del pecio, y en algunas
zonas bajo la cubierta, aun pueden verse los restos de algunos de los infortunados
pasajeros del buque.
La zona del naufragio está protegida por una ley contra la sustracción de material
perteneciente al pecio, la "Historic Shipwrecks Act", promulgada en 1981, que
aplica fuertes multas a los infractores. Esto quiere decir que el naufragio es una zona de
"Ver pero no tocar".
Esta política permitirá a los buceadores admirar en el futuro este increíble pecio, a
la vez que erige al Yongala en un monumento a aquellos que perdieron su vida en él.
Sirva este artículo para rendirles homenaje.

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