Ville de
Para
El primer siniestro grave
por José Barrera Artiles

 os
progresos que el Puerto de La Luz había logrado en pocos años iban a ser
ligeramente enturbiados por los primeros sucesos marítimos de gravedad que
ocurrían en la isla. El año 1884 iba a marcar con esto, las críticas de
la isla de Tenerife al Puerto local, que le suponía una importante
competencia en lo que se refería al paso de barcos en general, y en
particular al de trasatlánticos. El verdugo del hundimiento del barco francés
se iba a hacer popular en poco tiempo: la baja de Gando, que pese a estar
convenientemente señalizada en los mapas, iba a dar muchos quebraderos de
cabeza a locales y foráneos.
A
primeras horas de la mañana del once de octubre de 1884, el vapor francés
Ville de Para iba a pasar a la historia de la ciudad y a servir de
comentario a sus ciudadanos durante mucho tiempo. El barco, que viajaba de
Europa a África con sus 1.700 toneladas brutas, no tuvo tiempo a reaccionar
cuando la baja de Gando tronó bajo su quilla como una explosión. Las crónicas
aseguran que fue cosa de segundos su hundimiento desde que se oyó el
resquebrajar de su fondo con la dura piedra donde meses más tarde naufragaría
también el vapor de la Trasatlántica, Alfonso XII.
Al
apercibirse del hecho, los pescadores que se hallaban dentro de sus pequeñas
embarcaciones dedicados a sus faenas habituales corrieron en auxilio de las
personas que daban gritos desde el agua o los botes salvavidas, en medio del
remolino que tras su hundimiento había dejado el enorme barco. Más de
sesenta personas clamaban por ser recogidas del agua, temerosas por su
desconocimiento que los tiburones pudieran hacer un festín con su
presencia, o desde los pedazos que quedaban de la cubierta del barco, cuyos
fondos acababan de ser completamente destrozados.
Inmediatamente,
según recoge la prensa de la época, los reducidos barquichuelos de los
pescadores se vieron invadidos de personas de ambos sexos y distintas
edades, que buscaban en las pequeñas naves su último tablón de náufragos.
Pero entre la multitud, nadie se dio cuenta de que el responsable del barco,
el capitán Lapendrix, el médico Parfait y el panadero, Mandot, se
encontraban a bordo del Ville de Para cuando éste hundió la proa que se
había echado fuera del escollo, sumergiéndose con los tres hombres en la
profundidad de Gando. Sólo uno de ellos, el capitán, logró salvarse
gracias al arrojo de un marinero que le tendió la mano en medio del agitado
remolino de agua que iba engullendo al gigante.
Tan
pronto como se conoció en Las Palmas la tragedia, se dispuso por cuenta de
don Juan Lavedese, que la goleta Inés que estaba en la bahía, saliese a
recoger a los más de sesenta náufragos, cosa que ya habían hecho los
pescadores. No obstante, las personas recogidas tras el naufragio tuvieron,
por orden de las autoridades, que pasar una cuarentena antes de que pudieran
mezclarse con el resto de la población, como consecuencia del miedo que se
tenía en las islas a las enfermedades que estaban surgiendo en el resto de
Europa y que sólo podían llegar por medio del Puerto.
Al
lugar había acudido también el buque de guerra francés Talismán, que había
llegado al Puerto el día anterior, y ayudó a recuperar a los náufragos de
lo que iba a ser la primera marca de este tipo con que contaba el Puerto de
La Luz. Al contrario que el Alfonso XII, el barco no llevaba más valor en
su interior que los objetos personales de los náufragos, y el amueblamiento
del propio barco, pese a lo cual causó una honda consternación en la
población grancanaria que llegó a acusar a los vecinos de Tenerife de
haberse aprovechado y sacar parte del cargamento que llevaba el Ville de
Para para su propio beneficio.
En
las inmersiones que se realizan en aquel barco, no demasiado frecuentado por
buceadores deportivos, aunque es digno de verse, aún se conservan botellas
cerradas de vino francés, y otros signos de los pasajeros como objetos
personales de diferente índole, así como todo lo referente al comedor del
barco y demás. Nadie se preocupó de reflotar el Ville de Para, quizás por
la lejanía con respecto a Francia o quizás porque no contenía objetos de
valor como para ello. El ayuntamiento capitalino propuso la felicitación a
los pescadores y el agradecimiento en nombre de los supervivientes. Poco se
esperaba que aquella tarea de salvamento se iba a convertir casi en un
quehacer más de los hombres del mar de Gando.

© José Barrera
Artiles
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