Jack London y el Mar
por Maribel Orgaz
ack London (San Francisco, 1876-1916) es uno de los escritores
norteamericanos más populares de todos los tiempos. Maestro consumado del relato, vivió
una infancia miserable que le marcó terriblemente.
Sus innumerables y variopintos oficios incluyeron
por ejemplo, el de buscador de oro en el Klondike (Alaska), en donde soportaría enormes
calamidades que sólo pudo superar gracias a su extraordinario vigor físico, pese a lo
cual enfermó de escorbuto, y sin una sola pepita, tuvo que volverse a casa, a San
Francisco, para emprender nuevos oficios y perfeccionarse en el que sería su única
vocación: la escritura. A los 30 años, London habría de convertirse en el escritor
mejor pagado de su país.
Atrás quedaron penalidades infinitas. Como no
podía ser menos, sus relatos del mar son los de un medio duro y violento, mezcla de
experiencia personal y su particular visión de la vida.
Embarcarse a los 17 años como marinero en una
goleta rumbo a Japón, las islas Bonin y el mar de Bering no debió ser una experiencia,
precisamente, turística.
El mar de London carece de bellas nativas o
parajes paradisíacos. Inhóspito y despiadado, el idílico mar del Sur estaba lleno de
mosquitos, indígenas brutales, enfermedades, tifones, calor agobiante...
No son estos relatos, publicados por primera vez
en 1912, especialmente apreciados por la crítica, que aduce defectos como la falta de
frescura, el recurso a fórmulas repetitivas, el racismo o la insistencia en la
supremacía blanca rasgo, por otra parte, común a toda su obra.
Pero como ocurre a veces y a contracorriente de la
opinión especializada, el lector aún seguirá apreciándolos, porque hasta en sus
tópicos, London despliega una narrativa de aventuras vigorosa y auténtica.
Los cuentos, publicados en dos volúmenes por la
editorial Busma en 1984, contienen algunos personajes memorables y están repletos del
sentido del humor peculiar del escritor.
London, finalmente, dejó todo desencantado y
enfermo: se suicidó de un tiro en su rancho de California. Tenía 40 años, vividos
varias veces, al límite de sus fuerzas.
En su madurez, alcanzada la fama y lejos de la
miseria que le persiguió implacable en su juventud; la bebida, el desencanto, y una salud
quebrada por completo se mezclaron para acabar con el London aventurero, valiente y
arrojado que superó tantas penalidades y que cumplió exactamente con el mito americano
del hombre hecho a sí mismo.
© Maribel Orgaz 1999
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