M@re Nostrum

Joseph Conrad
por Maribel Orgaz

oseph Conrad fue primero un marino y después un escritor. Era polaco, nació en 1857, y aprendió el inglés hacia los 20 años; lengua en la que escribió todas sus obras. Es un caso de "extraterritorialidad", escritores que fueron capaces de expresarse en un idioma ajeno al materno. Un prodigio sorprendente.

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Joseph Conrad (1857-1924)

De Conrad puede decirse que su medida humana se la dio el mar y sus hombres. Para él, como para Saint-Exupery la aviación, el mar era un instrumento de visión al igual que la escritura. Todas las cosas podían enjuiciarse a través de estas dos experiencias vitales.

Probablemente su obra más conocida, no sé si leída, sea "El corazón de las tinieblas", de la que existe una adaptación al cine "Apocalypse Now", muy célebre.

En 1895 abandonó el mar, después de realizar abundantes viajes por las Indias Occidentales, el Océano Índico y el continente australiano. Se dedicó a escribir y murió en Gran Bretaña en 1924

Conrad y el Titanic

En 1912, Conrad reflexionaba horrorizado sobre el hundimiento del Titanic y se preguntaba qué tipo de progreso era aquel, según el cual, el tamaño era lo ensalzable. El descomunalismo naval, como él denominó al barco, era sólo comercialismo "pues el progreso, aun tratando con problemas del mundo material, ofrece algún aspecto moral, aunque sólo sea, digamos, de conquista, la cual encierra valores claros dado que el hombre es un animal conquistador".

Algunas reflexiones sobre la pérdida del Titanic. 1912

"Si uno ha de creer los últimos informes, el Titanic sólo ha rozado contra una masa de hielo que no era, sospecho, la voluminosa y fácilmente detectable que corresponde a una de esas descomunales montañas a la deriva, sino el borde inferior de un témpano, pese a lo cual, bastó para hundirlo.

Con tiempo suficiente, bien sabe Dios, y ahí es donde entra en juego la ventaja de los compartimentos estancos, pues el tiempo es amigo propicio; ayuda notable que, no obstante, en este lamentable caso sólo sirvió para prolongar la agonía de los pasajeros que no pudieron ser salvados.

Se hundió; causando, además del dolor y la pena por tantas vidas perdidas, una especie de sorprendida consternación por el hecho de que semejante suceso haya podido en absoluto producirse. ¿Por qué?

Con delgadas planchas de acero se construye un hotel de 45.000 toneladas para asegurarse el patronazgo de un par de miles de ricos huéspedes (si hubiera sido destinado sólo al tránsito de emigrantes no se hubiera dado tal exageración de mero tamaño), se decora en el estilo de los faraones o de Luis XV -no sé con certeza- y para complacer a dicho puñado de individuos, con más dinero del que sabrían gastar, y para lograr el aplauso de dos continentes, se lanza esa enorme masa con dos mil personas a bordo a veintiún nudos a través del mar; perfecta exhibición de la moderna fe ciega en la materia y en lo artificioso.

Y sobreviene el desastre, Conmoción general. La fe ciega en material y productos ha recibido un golpe terrible. (...) No es posible aumentar indefinidamente el grosor de baos y planchas, mientras que el puro peso de tanto sobredimensionamiento es una ventaja adicional.

Al leer los informes, la primera reflexión que nos viene a la mente es que si ese desgraciado buque hubiera medido una cincuentena menos de metros probablemente habría eludido el peligro. Pero, entonces no habría dado de sí lo suficiente para instalar piscinas y un café francés. Y eso, claro está, no es grano de anís.

Soy perfectamente consciente de que los responsables de su breve y fatal existencia nos piden con desolado acento que creamos que si hubiera chocado plenamente de proa habría sobrevivido. Lo cual, a modo de tímida implicación, parece sugerir que la culpa de lo ocurrido recae plenamente en el oficial de guardia (ahora) muerto por haber tratado de evitar el obstáculo.

En atención a intereses comerciales e industriales tendremos una nueva clase de Náutica, muy "progresista" y muy nueva. Si descubre algo de frente a su proa, por todos los medios ¡no trate de eludirlo!, ¡arramble con ello a toda máquina! (...) Y sin duda alguna, el Consejo de Comercio consistiría en dar las instrucciones pertinentes a sus examinadores del Tribunal de Capitanes y Pilotos.

Contemplemos el aula del futuro. Se aproxima el canoso examinador a un joven de aspecto modesto: "¿Está usted al corriente en lo que hace la Náutica Moderna?". "Espero que sí, señor". "Hum, veamos: se encuentra usted de noche en el puente de un buque de 150.000 toneladas, provisto de circuito para carreras motociclistas, sala para conciertos de órgano, con pasaje completo, con una tripulación de mil quinientos camareros, tres marinos y un grumete con tres botes plegables -conforme a las disposiciones del Consejo de Comercio- y navegando a tres cuartos de su velocidad de, digamos, unos cuarenta nudos. De pronto descubre por la proa y ya muy cerca algo que parece un gran témpano. ¿Qué haría?" "Poner timón a la vía, señor". "Muy bien, ¿por qué?" "Para colisionar de frente". "¿Y en qué se basa para desear semejante colisión?" "En que nuestros constructores nos enseñan que a mayor impacto, menor daño y porque las exigencias del material han de ser satisfechas".

El artículo le valió duras críticas al autor y poco después publicó una réplica con el elocuente título: "Algunos aspectos de la admirable investigación sobre la pérdida del Titanic".

En él, Conrad analiza algunas de las declaraciones de los técnicos y empleados de la naviera del Titanic, desmontando uno por uno, los argumentos que estos dieron en su día para justificar lo injustificable: escasez de botes, compartimentos que no eran en absoluto estancos, tardanza de los pasajeros en subirse a los botes (¡y hasta lo obsoleto de los mismos), la escasamente organizada tripulación, el dudoso e ignominioso suicido del oficial. En fin, que sólo gracias a Dios pudieron salvarse algunos.

Ambos artículos pueden consultarse en EdicionesB, Notas de vida y letras.

© Texto: Maribel Orgaz

 

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Última modificación: 01 enero 2024 10:18


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